jueves, 17 de septiembre de 2009

Columnas de opinión

Guerra a la guerra
Por: Ana María Cano Posada

UNA REPUGNANCIA SE PRODUCE ante los videos que mercadean el secuestro porque aquello es de tal grado porno en la descripción del dolor que se convierte en un gran reality nacional y nos especializa no sólo en el más abominable crimen de lesa humanidad, sino también en el uso morboso de los medios para el amedrentamiento social a través de imágenes de insoportable realidad.

Esta es una época negra como la de Goya, pero sin el arte suyo. Reality, define Wikipedia, es el estado de cosas tal y como actualmente existen, que en nuestro caso colombiano es en extremo enfermo, delirante. Es una guerra degradada hasta la inhumanidad absurda.

“El sueño de la razón produce monstruos”, decía Francisco Goya cuando se adentraba en su Época Negra, durante la España oscurantista que hacía su entrada triunfal en la historia. Este artista inmortal descubre que detrás de la razón se esconden agazapados seres irreconocibles: “La razón está dotada de un corazón no racional. Cuando la razón se aventura más allá de sus límites, descubre dentro de sí la extraña e irreductible osamenta de lo prelógico relacionado con el mal…”.

Clausewitz, estratega clásico de la guerra, aquel de “la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios”, es el socorrido argumento para demostrar que lo que no se haga en política hay que aguantarlo luego reemplazado por la guerra más frontal, incluida la fratricida como la nuestra, que no es civil sino entre hermanos, entre gente de la misma proveniencia social que se enfrenta sin saber bien por qué.

No puede haberse usado más esta frase por todos los bandos en épocas de procesos de paz que hoy parecen tan lejanas, tan imposibles, tan de otro país y de otra historia porque ahora todos los medios son la misma guerra y hasta la política es la misma guerra por ese mismo medio, el de la guerra. Una tautología completa.

Hoy, que no sólo se hacen barbaridades: escuchas al estilo Gestapo, asesinato selectivo de “falsos positivos” lo mismo que de hipopótamos, y ahora éste refrendado por sabios traídos de Sudáfrica, sino que el Estado todopoderoso se cuida mucho de dejar todo debidamente justificado. Es un estado de cosas capaz de explicarlo todo, de poner de su lado hasta los contraargumentos de la corrupción por ejemplo, que ahora se aclimata en este medio complaciente que como un vivero la reproduce como una maleza.

Son tales los efectos de la guerra que ahora ésta llega hasta la reproducción de sus medios en el ámbito escolar a través de las tecnologías de la comunicación con mensajes de texto, con chats, con redes sociales para inhabilitar o despreciar a alguien como si le quisieran asesinar socialmente. Esta es la prueba reina de que el fin justifica todos y cada uno de los medios. Como en la época del glorioso Goya: “Aflora una realidad que carece de leyes, o posee otras. La razón, en Goya satiriza a la España Negra, retrógrada, conservadora atenazada de superstición y temor”. Pero el príncipe está siete puntos arriba en su popularidad, Dios salve a la reina.

Hombres casados y mujeres generales
Por: Héctor Abad Faciolince

COMO YO NUNCA ME CASÉ Y COMO nunca quise tampoco prestar servicio militar, me resulta muy difícil entender a esos hombres que buscan desesperadamente legalizar el matrimonio homosexual, y a esas mujeres que luchan con denuedo para que las personas de su sexo puedan acceder a la carrera militar.

Los gays presentan como un triunfo que la unión entre personas del mismo sexo sea llamada también matrimonio (y con eso enfurecen a los reaccionarios), y también las feministas presentan como un triunfo que las de su sexo puedan entrar a la milicia y llegar a ser generales (con lo cual los reaccionarios se ponen también histéricos).

El pecado anterior se llama, en la tradición de la izquierda, “maximalismo”, y en buen castellano se define con un dicho popular: “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Maximalismo es, por ejemplo, perseguir al pie de la letra ese viejo ideal que en la Revolución Francesa se llamó “Igualdad”: que absolutamente todas las personas ganen el mismo sueldo, vivan en el mismo número de metros cuadrados, trabajen las mismas horas y tengan el mismo número de hijos. Esas aspiraciones maximalistas a la igualdad son un supuesto bien que se persigue, pero que siempre ha conducido al desastre.

Se dice: no hagas a otro lo que quieras que te hagan a ti, porque no todos tienen el mismo gusto. Y es verdad. Sé que muy pocos quieren vivir bajo los puentes, pero sé también que hay quienes se sienten bien en espacios pequeños y cerrados y otros en espacios abiertos y muy amplios. Uniformar a todos los ciudadanos, como Mussolini (de camisa negra), o Chávez (de camisa roja), o Mao (de overol caqui), es una aberración y una monotonía condenada al fracaso. Los seres humanos seremos gregarios, pero no tanto como las hormigas.

Vuelvo al tema inicial. ¿Para qué los gays tienen que enfurecer a la godarria exigiendo que se legalice el matrimonio homosexual? Es la godarria la que piensa que el matrimonio (la relación estable para toda la vida, hasta que la muerte nos separe, el sacramento que concede las gracias de Dios para poder soportarlo) es una bendición. Quienes han optado por una relación que de por sí es minoritaria, y por lo tanto extraña, original, especial, ¿por qué quieren parecerse a las familias tradicionales y rutinarias?

Me dirán que es por aquello de la pensión, las herencias y el patrimonio. Pero para eso basta una declaración de unión libre, o que haya una ley de derechos patrimoniales de las parejas del mismo sexo. Con eso que se consiga, y ya se ha conseguido, es suficiente y no se escandaliza a los curas ni se exaspera a los godos. Y si mucho les gustan las ceremonias, pues invéntense una, con curas vestidos de sotana rosada y bendiciones impartidas con la zurda en un templo pagano, o cristiano, qué importa.

En cuanto a las mujeres felices de marchar en uniforme, de pilotear black hawks, llevar bolillo en la cintura y clavarse banderitas y estrellitas sobre los hombros… no sé qué pensar. Claro que tienen derecho. Pero las feministas llevan siglos diciendo que los violentos somos nosotros los machos, que ellas no aman las armas, que matan mucho menos (y en general usando armas sin huellas y sin sangre, como el veneno), ¿por qué ahora resultan tan encariñadas con pistolas y cañones? No veo en esto un gran triunfo de género. Está bien que no las discriminen para ser gerentes, ministras, presidentas, cocineras o pilotos de avión, ¿pero por qué tantas ganas de mandar un batallón? A duras penas entiendo que un tipo quiera ser teniente, ¿pero una mujer? Me decepcionan. Eso no sirve sino para alborotar a los reaccionarios; y los reaccionarios alborotados nos van a devolver a las cavernas. Ya verán.

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